
Estar dentro del Quartier Latin rodeado de historia e historias, supongo que los grandes que por ahí pasaron se sintieron alguna vez como yo, diminutos. Pasar por delante de una vieja librería custodiada por un anciano que mira el mundo a través de los sucios cristales de sus gafas y vive la vida a hombros de sus emplovadas novelas...no le gusta salir a la calle, es capaz de viajar sin moverse del sofá. Tomar aire de nuevo y enfrentarse a la Rue de Mouffetard. Aprender a leerla y a disfrutarla, aprender a saborearla y olerla...un restaurante Indio, un puesto de quesos y una pescadería... Una tienda de discos, un mercadillo de fruta y un puestecillo que vende ropa usada... Un olor a magdalenas recién salidas del horno me invade y una mujer mayor despierta mi envidia cuando se hace con media docena de éstas para llevárselas a sus nietos. Una postal de Doisneau, una imagen, más de mil palabras. Una tienda de reparación de violines, una créperie y La Grange, que ofrece una fondue de ésas que resucitan a un muerto...
Miki, cuando vengas, te llevaré.
Un beso.
Luis.
Miki, cuando vengas, te llevaré.
Un beso.
Luis.